jueves, 26 de agosto de 2010

Al filo

Es posible que aquella noche no durmiera bien. Puede ser que se levantara de madrugada a limpiar cristales bajo la mirada cómplice de la luna que la ayudaba a relajarse, o repasara con un cepillo de dientes las juntas de los baldosines de la cocina. Estas pequeñas manías la ayudaban a conciliar el sueño o a reconciliarse consigo misma, no lo sé. Desde que empezamos a vivir juntos me acostumbré a sus ausencias en la cama; mucho más me costó acostumbrarme a esas ausencias de uno o dos minutos en que su mente volaba a algún lugar mientras sus ojos me miraban sin verme; regresaba con un suspiro y trataba de retomar la conversación perdida allá donde la dejó, como si no viniera de tan lejos que me resultara casi imposible seguirla.
Se buscaría en el espejo del cuarto de baño y no se vería tan guapa como cuando se miraba en los escaparates de las tiendas durante aquel verano en Florencia, todo risas y reflejos. Se palparía las ojeras, las arruguitas que caminaban como ríos hacia las sienes, los labios descoloridos y secos de besos y palabras. Sin mirar, dirigiría la mano hacia el vaso de los cepillos de dientes y se toparía con el mango rayado y duro de la maquinilla de afeitar que delataba mi presencia y mi ausencia. Acariciaría el mango arriba y abajo sintiendo una leve cosquilla en la yema de su dedo índice, el que solía recorrer la silueta de mis cejas como dibujándolas.
Puedo imaginarla inclinando la cabeza hacia un lado y paseando el dedo arriba y abajo como si me acariciase. La tomaría después en su mano izquierda y la haría girar, miraría sus tres cuchillas paralelas a través del plástico protector y fingiría afeitarse las mejillas y el cuello. Seguramente cerraría los ojos y sentiría la caricia suave y segura; en algún momento se estremecería recordándome. Luego quizá fantaseara con quitar el protector y dejar que los dedos sintieran con cuidado el roce de las cuchillas.
Sin pensar, estaría ya mirando cara a cara a los tres filos escalonados; se fijaría en los bordes un poco más brillantes que el resto y frunciría la nariz al encontrar un pelo negro y puntiagudo como un cuchillo. Trataría de sacar con las uñas ese pedacito de mí, como si pudiera conseguir un ADN chivato que le contara porque la amé tanto, porque la dejé sin querer dejarla. El pelo, bien trabado entre la segunda y tercera cuchillas, no sería fácil de sacar y brotaría la primera gota de sangre de sus dedos, pero libre al fin, viajaría hasta su boca, lo pasearía por la punta de su lengua tratando de recuperar mi sabor.
Me la imagino dejando con cuidado el pequeño trofeo sobre la encimera de mármol y buscar, como si fuera miope, acercándose la maquinilla a los ojos, algún otro resquicio de deseo. Ya no la sostendría con la delicadeza del principio; la falta de sueño la habrá hecho más sensible al dolor y me estará odiando. Con las dos manos tratará de partir el mango rígido pero no lo conseguirá. Hubiera vuelto si me lo hubiera pedido; hubiéramos vuelto a caminar juntos si estuviera dispuesta a avanzar. Se quedó enredada en un mal pensamiento. Por mi culpa, sería por mi culpa.

“ Maldito capullo enano cabezón que se creyó que estaría siempre abierta para que pudiera vaciarse al llegar a casa se lo merece los ojos más bonitos los pellillos de las cejas su risa cuando me hacía cosquillas se afeitaba con cuidado las duchas juntos las vacaciones el sol el olor a sudor por las tardes la cama deshecha caliente llena de arrugas siempre tarde en el sillón con el fútbol flores para que le perdone capullo harta de planchar roncando mientras plancho los cuellos de las camisas los cristales siempre sucios se ven sucios con la luz de la luna flores para que le perdone...”.

Dejé algunas cosas en el armario y la maquinilla de afeitar en el vaso de los cepillos de dientes; hubiera vuelto si no gritara, si me lo hubiera pedido. Si hubiera dejado de llorar y de decirme que mataría a cualquier mujer que se me acercara, hubiéramos vuelto a dormir abrazados, pero ahora sólo puedo imaginármela mirando con rabia las cuchillas; apretando con furia la curva que une el cabezal con el mango, sosteniéndola tan fuerte que sus dedos quedarían estriados, marcados con el mismo dibujo rayado que tantas veces tuve entre mis manos por las mañanas.
No puedo imaginar el momento en que masticó con furia el protector de plástico; supongo que fue el punto desde el que no se vuelve. Masticó el protector y las cuchillas quedaron al aire para siempre.

La encontré al volver a casa para recoger mis cosas. Han hecho un buen trabajo; no se nota nada. Está muy guapa. Parece feliz.

1 comentario:

  1. Podría decir algo, pero no sé muy bien qué decir.
    Lo que pasa es que el silencio no es un buen compañero en estos casos.
    ¿Una onomatopeya tal vez?
    Guau.

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