miércoles, 16 de marzo de 2011

La vida en pedazos

Sobre la mesa del café dos posavasos y una sola cocacola apurada hasta el agua sucia que dejaron los hielos al derretirse. El otro posavasos, limpio, planchado, virgen. Sin usar.

En la pantalla del ordenador:
Carlos: te espero, amor. No importa que llegues tarde. Acabo de pedirme algo.
Susana: … si no, nos vemos mañana. No sé a qué hora voy a terminar.
Carlos: que no, que de verdad que no me importa esperarte. Eres lo mejor de mi vida.
Susana: Sabes que no me gusta que me digas esas cosas. No quiero que dependas de mí.
Carlos: Dependo de ti. Te amo. Te necesito.
Susana: Ya hemos hablado de eso. Bueno, si puedo voy; si no he llegado a las nueve, vete. Me queda mucho trabajo y las chicas quieren que nos tomemos unas cervezas para despedir a Gloria antes de que se vaya a Brasil.
Carlos: ¿Vas a ir a tomar una cerveza con las chicas?
Susana: Algo rápido. Si me enrollo te llamo. Si no, mejor quedamos mañana; me estoy agobiando.
Carlos: Te espero.
Susana: Como tú veas.

En el ramo de rosas rojas, cansadas de esperar a que las miren, la tarjeta dice:
TE AMO MAS QUE A MI VIDA.
En la servilleta, escrito con letras repasadas una y otra vez con bolígrafo negro hasta romper el frágil papel: SUSANA, SUSANA, SUSANA, SUSANA, SUSANA.
En la muñeca del hombre, un tatuaje: SUSANA.

El camarero le acerca sin hablar la carta de combinados. “Por si desea algo más mientras espera, le dice con algo parecido a una sonrisa”. De qué se ríe este cabrón, piensa Carlos.

CAFÉ DESENGAÑO.
C/ Desengaño, 13.
Cócteles para enamorarse y para olvidar.
Corazón loco: ron, cocacola, zumo de naranja y vodka.
Sucedió en Madrid: licor de café, miel de caña y whisky.
Pasión de una noche: cava y unas gotas de zumo de fresas.
Venganza de mujer: whisky, zumo de limón y una nube de angostura.

En la mesa de al lado, la Tía Julia le va dictando al escribidor, que no aparta los ojos del papel en el que escribe con un lapicero al que le va lamiendo la punta de vez en cuando: “el hombre de la camisa gris parece detenido en mitad de una pesadilla. No mira, no se mueve, no escucha el bullicio del café. Cualquiera diría que está esperando a que le llegue la muerte. O a que le sorprenda la vida. Pero la vida no da sorpresas después de cierta edad, sólo los jóvenes tienen la esperanza de que las cosas sucedan por un azar caprichoso y benévolo; los viejos sabemos que hay que caminar siempre hacia la luz para que la oscuridad no nos vaya ganando terreno. La oscuridad es invasiva, lo quiere todo. Es voraz, impasible, irremediable. El reloj enorme, cruel, va marcando el paso del tiempo. Las nueve, las diez. El hombre continúa sin moverse.”

Parecería que no va a moverse nunca más, pero reacciona ante el sonido de su teléfono sobre la mesa. No es una llamada, sólo es un mensaje: NO ME ESPERES; NO VOY.

Todos en el café evitan mirar al hombre, que parece que está desapareciendo. Toda la ropa se le ha ido quedando grande. La tía Julia cierra los ojos un instante y musita “todo va llegando a su fin. El hombre quizá no lo comprenda pero ha llegado el momento”. El escribidor deja que las lágrimas le resbalen por el rostro y humedezcan el papel. La punta del lápiz se rompe: No puedo escribir más, querida -dice.
El camarero se mueve detrás de la barra. Maneja las botellas, los zumos de fruta y las sustancias prohibidas. Lo mezcla todo con la única energía que parece quedar en el establecimiento.
Se acerca al hombre y le tiende una copa roja, ancha, con el pie barroco dorado:
-          “Dulce veneno”, señor. Espero que le guste. La casa invita.