jueves, 16 de abril de 2015

BAJAR DE LAS ALTURAS



Me ha dicho hace un rato Carmina, la de la taquilla, que no se había vendido ni una entrada para la función de las siete, que entre la lluvia y que era la final entre el Manchester y el no sé quién, que la gente había decidido dejar el circo para otro día. Y como aunque me había pintado ya los ojos de purpurina y sombra malva imitando una mariposa, aún no me había puesto el  traje de plumas y lentejuelas en el que me cuesta casi tanto enfundarme como después de cada función salir de él (tanto que cuando cojo algún kilo de más tengo que pedir ayuda a las caballistas para que me lo que me unten de vaselina y me lo vayan despegando de la piel con delicadeza; con delicadeza para no rasgar el vestido, se entiende, que la piel la tengo como mi madre, más dura que la de los gorrinos), me dije que hoy era un buen día para empezar a hacer turismo y conocer algo de esos mundos de dios, que en con el circo ya habré dado la vuelta al mundo, pero lo que es mundo no he visto. Sin quitarme el maquillaje de los ojos ni deshacerme el moño, me he puesto unos pantalones de pana que me quedan un poco grandes porque los he heredado de la domadora de elefantes que murió el mes pasado. Ella siempre me lo decía "cariño, si alguna vez me pasa algo, toda la ropa para ti", y es que ella tenía un arcón de madera muy grande lleno de ropa bonita que se había comprado cuando estaba casada con el doctor ese que opera a las personas para que estén más guapas "todo un manitas en el quirófano, querida, pero un manazas en la cama, que si he tenido un orgasmo alguna vez ya se me ha olvidado. Mira, los hombres tan listos, que han estudiado tanto, no saben de las cosas importantes de la vida, porque eso no está en los libros". Yo no sé si ella tenía razón o no, pero el caso es que con cuarenta años se divorció del cirujano y se marchó con el jefe de pista de un circo que estaba en su ciudad; cogió un espejo de cuerpo entero, su baúl lleno de ropa y la cafetera "qué quieres que te diga, me había costado un dineral y hace un café estupendo. Además, él siempre toma descafeinado de sobre con leche desnatada, lo más parecido al agua de charco, digo yo, pero a él es lo que le gusta, así que ni habrá notado que me la he llevado. A lo mejor ni se ha dado cuenta de que me he ido". Ahora toda la ropa de la domadora es mía, el baúl se lo hemos dejado a los elefantes como comedero y la cafetera es de Carmina, que era su mejor amiga y siempre desayunaban juntas. También  dormían juntas y ahora le echa mucho de menos, por eso le he regalado una bolsa de agua caliente para que no se le queden los pies fríos en la cama. "Jessi, hoy vamos a quedarnos más solos que la una. Debe de ser por la lluvia o por el partido de fútbol ese que dan por la tele. No he vendido ni una entrada. Te advierto que yo, feliz, que ni he salido por ahí a repartir vales con descuento, que me ha bajado la regla y me voy a meter en la cama con la bolsita de agua bien caliente. No sabes cuánto la uso. Gracias, amor". Pues eso, me he puesto los pantalones de raya diplomática, una camisa e seda fucsia y una gabardina, porque la verdad, frío no hace aunque esté lloviendo tanto y me he ido a ver París. Dicen que es la ciudad del amor, pero como Marcelo andaba enredado preparando los números nuevos que quiere que hagamos en el trapecio, me he ido sola. Siempre hacemos así, él los ensaya mil veces en su cabeza hasta que está seguro de que vamos a poder hacerlos colgados a veinte metros sobre el suelo sin correr peligro. "Chiquitina, tú no me quites el ojo, ese es todo el truco; si hay que esperar un poco más para saltar, se espera. El caso es que tú me veas todo el tiempo y sepas cuando estoy lo suficientemente cerca para cogerte, que no quiero que te pase nada, chiquitina, que eres mi chiquitina". Siempre me llama chiquitina, pero yo soy normal, como cualquier mujer, solo que con las tetas pequeñas; él tampoco es más alto que cualquier otro hombre, pero tiene las manos enormes y los brazos tan fuertes como las patas de los caballos.
       
  Y aquí estoy ahora, en el segundo piso de la torre de hierro.

He subido por las escaleras  y la vista es maravillosa. Nunca había estado tan arriba. Soy feliz. Estoy tan alta que puedo verlo todo: el río, los tejados de las casas, una pareja de novios haciéndose fotos en la explanada de abajo, al vendedor de globos. Incluso me parece que veo a Marcelo llevándome agarrada de la cintura. Sin duda es él, porque se le ven las mallas verde saltamontes por debajo del abrigo; le habrá pasado como a mí, que se ha dado cuenta en el último minuto de que iba a tener la tarde libre. Y yo, no parezco yo, me he puesto muy elegante pero debo de estar mojándome los pies con ese vestidito tan corto y los zapatos de tacón; sin gabardina ni paraguas.
         Aquí en lo alto y allá abajo. Estoy en todas partes pero no sé dónde estoy. Parece mentira que una trapecista pueda marearse con la altura. Arriba y abajo; en dos sitios a la vez. Sola y con Marcelo. Marcelo es Marcelo y yo no sé quién soy. Tenía que haberme metido en la cama como Carmina, que no está el día para aguachinarse; mañana hay dos funciones y Marcelo querrá que ensayemos también los números nuevos. Marcelo está ahí abajo agarrándome de la cintura.

Yo tengo ganas de saltar.

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¡Somos Milwaukee!

miércoles, 15 de octubre de 2014

LUCY. Historia de amor a cuatro voces





PRIMERA VOZ- HARRY

Aunque llevábamos días esperando encontrar cualquier indicio que nos asegurara que estábamos en el lugar adecuado, cuando encontramos a Lucy a todos nos dio un vuelco el corazón. Hacía tanto calor que parecía que el cielo pesaba y en la radio casi sin pilas sonaban los Beatles; estábamos aletargados y seguíamos cavando como sonámbulos con la esperanza de encontrar algo. Habíamos dormido mal por culpa del zumbido de los insectos que nos visitaban por la noche en el campamento y hacía ya días, demasiados, que habíamos renunciado a lavarnos con agua fresca; un poco de agua turbia del río que no conseguía ni hacer espuma con el jabón, y  litros de colonia para engañar al olfato del vecino de excavación, eso era todo en la última semana. Ni hallazgos, ni sospechas de hallazgos ni nada de nada. Nada.
Supongo que desde fuera alguien hubiera pensado que no seríamos capaces de ver el brazo de Lucy cuando apareciera, y que lo arrojaríamos al montón de arena sin pestañear. Debíamos de parecer tan cansados que cualquiera pensaría que trabajábamos de manera automática; sin mirar; sin pensar. Pero estábamos alerta.

De repente el desierto se llenó de gritos de alegría, aunque la reacción de Don iba más allá del júbilo gratificador que sentimos todos como recompensa a tantos meses excavando. Nos miramos unos a otros y nos sonreímos; supuse que mis compañeros verían en mí los mismos surcos de sudor y lágrimas que dejaban un rastro embarrado en mitad de la cara. Gritamos, nos abrazamos y Michael y Mika se besaron en los labios.
Don sin embargo se quedó quieto, paralizado. Se acercó y tomó el hueso entre sus brazos; yo pensé que lo estaba acunando y le hablaba en voz muy baja. Con una ternura infinita, lo acariciaba y apartaba el polvo que lo cubría. Durante un instante, sacó la lengua y lamió la suciedad milenaria de aquel húmero reseco y pequeño. Cuando se echó a llorar, ninguno nos atrevimos a consolarle; parecía que su tristeza le llegara desde muy hondo, desde muy lejos. Nadie sabía desde dónde, y si alguien lo supo, calló.

SEGUNDA VOZ- DIOS:

Yo conté por qué lloraba Don y de dónde venía su tristeza, pero Harry dice que callé y no me tomaré la molestia de sacarle de su error;  si él no sabe escuchar mi testimonio en el croar de las ranas o en el viento africano entre las hojas, no serviría de nada que hubiera dibujado un arcoiris para que leyera la Verdad.

Nada ocurre por casualidad, puedo dar fe de ello; me esfuerzo por controlarlo todo para que el destino pueda seguir el camino invisible que he marcado con mi dedo hace millones de años.
Habían trabajado todos tanto y estaban a punto de rendirse, de marcharse para no volver, y no quise consentir que se fueran con sensación de derrota. Derramé mi aliento sobre la arena y dejé al descubierto un montón de huesos que para otros no tendrían más importancia que el cráneo, la cadera, los dientes o el cúbito de un mono; un mono más entre tantos que mueren de sed o en una pelea.
Como siempre, todo salió como había planeado: Don tomó el brazo de Lucy entre los suyos y pude constatar que solo Harry intuía algo de lo que estaba pasando; los demás sonreían, se felicitaban y brindaban con un vino caliente que alguien sacó de su mochila. Mika y Michael aprovecharon para besarse en medio de la confusión, imaginando que nadie daría importancia a esa muestra de alegría, pero Harry y yo les vimos y puedo asegurarles que, al menos yo, lo tuve en cuenta a la hora de diseñarles un futuro, ingrato, es verdad, pero qué quieren, a veces no tengo ganas de otra cosa.

El caso es que por fin habían aparecido; los restos de la mujer más antigua de la que se tenía noticia estaban allí, justo donde yo la había visto caer, hacía casi cuatro millones de años, cuando la vida no valía casi nada y ni siquiera los mejor adaptados podían caminar erguidos. Lucy, que entonces no tenía nombre porque no existía un lenguaje capaz de nombrarla, andaba preñada y no quería cruzar el río con sus compañeros para buscar comida en la otra orilla. Nunca le gustó el agua; ninguno sabía nadar pero tenían que arriesgarse. Lucy no era ni más valiente ni más miedosa que los demás, pero no tenía fuerzas para proseguir y además, aunque no le hicieran caso porque se quejaba más bien poco, le dolía ese pie gordo y peludo que se había rajado con una rama  puntiaguda que ni siquiera supieron aprovechar como lanza. Puse a su alcance palos, metales y piedras que serían codiciadas miles de años después, pero no les di la inteligencia para emplear ni unos ni otras. En fin...
Decía que nada ocurre por casualidad. Lucy se quedó en ese remanso del río y no volvieron a buscarla. Parió sola y no murió sola porque su hija estaba con ella. Nunca me gustó la soledad.

Lucy, como la llaman ahora, murió de hambre; la pequeña, no. Yo podría haber hecho que le acercaran unas semillas o un trozo de carne, pero nunca enmiendo mis planes. Había decidido que sucediera así y así sucedió. He olvidado decirles que soy todo poderoso, que a veces me acusan de cruel. Es duro tener la responsabilidad de hacer que el mundo avance: unos mueren junto a un río y otros estudiarán sus restos para conocerse mejor a sí mismos.
Lucy no sabía que pasaría a la Historia, a la historia de la prehistoria. Tampoco creía en mí. No sabía que no creía en mí porque su vida era sólo el momento, ni pasado ni futuro. Ni muerte ni esperanza. Mi nombre era demasiado complicado para sus cuerdas vocales; lo sé porque yo mismo las diseñé con esa limitación.
Tampoco ahora rozan ustedes lo que es mi esencia. Pero pueden llamarme Dios.
VOCES TERCERA Y CUARTA- LUCY Y DON:

Don Johanson. Hadar, (Etiopía) 1974.
Al fin te he encontrado, mi amor. Nos hemos reencontrado después de cuatro millones de años.
Los demás andan pensando en la gloria de haberte descubierto y te han puesto una etiqueta que te nombra como Australophitecus afarensis, para mí eres Lucy porque los Beatles andaban cantando en la radio del campamento “Lucy in the sky with diamonds” cuando apareciste; yo hubiera querido poder bailar contigo en ese momento. Y siempre; escuchar tu respiración agitada.
No sé cómo pude dejarte abandonada allí, a la orilla del río, y seguir camino; supongo que entonces sólo pensaba en mi supervivencia, pero he tenido siglos para arrepentirme y te he buscado por todas las épocas.
Al fin estás aquí. Tengo tu pelvis y tu fémur metidos dentro del saco de dormir en esta noche en la que nadie duerme; se me antojan ahora tan bonitos que no logro comprender cómo han podido los demás no enamorarse de ti. Ya eras la más guapa del grupo cuando te vi la primera vez, pero yo era más torpe y más ciego que ahora. Ya ves, el macho dominante y tonto que no sabía prestar a una dama toda la atención que merecía.

¿Qué me dirías si me vieras ahora? -Te veo y  reconozco tus ojos del color del musgo- ¿Cómo te sentiste cuando me viste cruzar y te quedaste tan sola? -... ha pasado tanto tiempo que ya no me importa; sí que me enfadé un poco aquel día, pero yo soy también más sabia que entonces. Ves sólo mis huesos pero algo que no sé lo qué es te ha perseguido. Mi recuerdo te ha perseguido, el tacto de mis manos peludas te ha perseguido. Un amigo me dijo que nada es casual. Llevas buscándome casi una eternidad porque así lo he querido; no hubiera conseguido perdonarte sin volver a verte-  ¿Has podido perdonarme, carita de mono, preciosa, la hembra de mi vida? -Has tenido alrededor a otras; has estado dentro de muchas, lo sé. Pero me querías a mí. Te he visto llorar muchas tardes de sol brillante como en la que nos separamos. Tu hija tenía la misma mirada que tú; la maté yo misma porque de mis pechos no salía ni una gota de leche para alimentarla, espero que eso no te entristezca ahora. Te dirán tus compañeros, cuando observen escrupulosos mis restos, que morí lentamente de hambre... pero tu hija no, ella no. Fui una buena madre-.

Querida Lucy, no sabes -sí sé- el calor que hace hoy; -parece que has olvidado los días  en que casi no podíamos respirar de cómo nos abrasaban los pelillos de la nariz con el aire tan caliente. A ti se te ponían los pezones rojos y te picaban-. Algunas moscas se posan en tus huesos y me da rabia que perturben tu descanso – ya nada me perturba. Estamos juntos y eso es lo único que importa-. Tendré que separarme de ti para que te estudien y saquen conclusiones, pero tu mandíbula me la quedo –para besarnos siempre, ¿verdad?-. Mi carita de mono, para besarnos siempre.


miércoles, 4 de septiembre de 2013

EXORCISMO


Te has tirado al suelo y eso no me parece ni medio justo. Estamos en el pasillo del centro comercial a medio camino entre la ropa interior de señora y los complementos para bebés; entre bragas y biberones para que me entiendas, y así, sin venir mucho a cuento, te has tirado al suelo y te has puesto a llorar como si te estuviera agujereando con un tenedor.
Te quiero mucho; creo que te quiero, que voy aprendiendo a quererte, pero de pronto te veo así y tengo ganas de salir corriendo. No te reconozco. Nos gusta jugar juntos en la bañera y echarnos por la cabeza agua con tus vasos de plástico de colores, dormimos la siesta abrazados pero cuando te pones así no comprendo nada.
Estábamos haciendo la compra, tranquilos, haciendo que la rutina se convirtiera un poco en un juego:




     - Toma cariño, lleva el jamón hasta el carrito. A ver si llegas. De puntillas y.... síiii, mi chicarrón lo ha conseguido. ¿Buscamos ahora los quesitos?

Y tú, muy serio, como si tu ayuda fuera imprescindible. Como si yo no hubiera sido nunca nada sin ti.
Te equivocas y no coges la marca de quesitos de siempre:

     - No, mira estos son los que te gustan; esos son los que comen las señoras gooordas cuando no quieren engordar más.
     - Tonta.

Me has llamado tonta. Me siento fea con esta coleta entreverada de canas y estoy cansada y  no relleno los vaqueros como antes. Soy madre, joder, me justifico delante del espejo que ya no es más el espejito mágico que me decía "tú eres la más bella, mi señora". Pero no, tonta no soy aunque a veces finja que lo soy un poco cuando hablo contigo. Cómo es posible que un enano se crea tan listo y tenga tanto poder sobre mí.

     - A mamá se la llama tonta?

Vale, te he gritado un poco, pero tu reacción es exagerada. Has salido corriendo y tentada he estado de hacerme la loca y seguir mi camino como si no te conociera. Y ahora aquí estamos, entre los sujetadores y las tetinas; tú tirado en el suelo gritando y pataleando y yo al borde del abismo. Acercarme a ti y tratar de tranquilizarte no servirá de nada, ya lo sé por otras veces. Se te pasará el berrinche de repente, igual que te vino. Pero hoy estoy más cansada, y tengo más canas y me suenan las tripas.

     - Cariño, ya...

Y me largas una patada con tus botitas tiesas que favorecen la buena formación del pie. Esto, ya sabes no se lo consentiría a nadie. Saco el teléfono para compartir este momento:

     - Tu hijo, que vuelve a estar poseído en mitad del Corte Inglés.

Paciencia, me dice tu padre. Paciencia. Si no tuviera paciencia te habría tirado por una ventana alguno de los días que me vomitaste el puré encima después de haber estado peleando una hora para que te lo comieras. O cuando llorabas al posarte en la cuna después de un buen rato de mecerte en brazos y parecías profundamente dormido. Me duelen los brazos de tanto consolarte; y todo el cuerpo de consolar a tu padre cuando llega de trabajar.
Yo era una mujer normal. Una mujer feliz; me reía por cualquier cosa. Pero esto no tiene nada de gracia.

     - Ya está ¿eh? Esto no tiene nada de gracia.
Y sigues llorando. Eres mucho más fuerte que yo. Más resistente. Intento el soborno:
     - Te compro un huevo kinder, ¿vale?

Me miras; me has mirado sin una sola lágrima y has seguido berreando. Ese aullido que no sé de qué parte de tu cuerpo sale pero parece interminable. La gente nos mira; a ti con ojitos de ternura y a mí con gesto de mala leche, como si sospecharan que te estoy torturando. Ya no puedo más, amor. Te cojo de una muñeca y te llevo a rastras hasta el carro; mañana en la guardería volverán a preguntarme que cómo te has hecho esos moratones en la mano. Te meto en el carro con el jamón y los quesitos de la discordia. Me sueltas unas cuantas patadas más mientras rebusco entre la compra y por fin saco el test de embarazo que pensaba hacerme esta noche; un hermanito, te diría dentro de unos meses, vas a tener un hermanito o hermanita para jugar. Dejo la caja del predíctor entre los yogures y las natillas. En cuanto encuentre un rato pido a Goyi que me acompañe. A tu padre, de esto, ni una palabra.

viernes, 11 de enero de 2013





MIS MARGAS


Siempre a punto de romperme.
Tan dura que el aliento de una nube puede quebrarme.
Rodeada de rendijas que me llevan a través del tiempo; rendijas tapadas con tablas, con barro, con trapos viejos. Rendijas que me tientan mostrándome el mundo del otro lado... y me cuelo. Me hago la despistada y me dejo abducir por el pasado oculto. No renegar de él, pero tratar de olvidar.
Olvido, por caridad.
 
Un tiempo, otro tiempo que parece tan cercano como el sueño de esta noche o la línea del horizonte. Una infancia de naranjos, buganvillas y caracoles; una casa chiquitina que era mía y un perro que era mío y sólo dos amigos, pero que eran los míos. Una infancia con un padre guapo que iba a perder para casi siempre y una madre de lágrimas sin cebolla y canciones tristes. Me he deslizado por el tobogán del tiempo y me he llevado las cuatro sonrisas ¡já!, que son mi arma secreta contra la melancolía.
Una infancia de clubes nocturnos, gritos, mentiras y un hombre borracho montando en el triciclo de Guille. Melancolía y miedo.
Una visita al pasado que dura menos que lo tarda en cocerse el arroz; mucho menos que lo que tarda en agriarse la leche a pleno sol, y ya la nostalgia que se queda pegada como el olor a azahar. Como el olor a pedo. Como el salitre que no se va con una ducha a menos que te dejes la piel en jirones.

Tengo pena de mí misma. Lloro por mi infancia rodeada por los cuatro amaneceres que me ha traído el futuro que ya es presente.
¡Este mundo ve hoy por última vez amanecer!
Tapo la rendija con cal viva y gatos muertos. No me convertiré en estatua de sal. Cierro la caja para siempre y pongo sobre la tapa la piedra que ha cogido Jorge de la que fue mi playa. Para siempre. Olvidaré todo menos las promesas. Para siempre.
Amén.

viernes, 7 de diciembre de 2012


SOÑAR CON BRUCE

Anoche soñé con Bruce Springsteen. Desde 1988 que le vi en el Camp Nou, he soñado con él muchas veces. Al principio sólo de vez en cuando, sin que hubiera ocurrido nada durante el día que me lo recordara, él aparecía con sus pantalones vaqueros y una camisa con las mangas recogidas casi hasta los hombros. Solía haber mucha gente, como si fuera uno de sus conciertos, y entonces él me miraba, me hacía un gesto con la mano y cuando me acercaba me cogía en brazos. Sólo eso, me cogía en brazos como se recoge a una niña que se ha caído por las escaleras al bajar corriendo hacia la escuela y se siente dolorida y humillada delante de sus amigas. No recuerdo cómo seguían esos sueños, pero sí que me despertaba siempre reconfortada, con los pies calientes y el corazón contento.
Desde hace aproximadamente un año sueño con Bruce cada noche de sábado. Si me hicieran ahora mismo una encuesta y me preguntaran con qué frecuencia hago el amor, contabilizaría esos sueños y respondería que al menos una vez a la semana. No tengo conciencia de si hay sexo entre él y yo, pero sí lo vivo como una de las experiencias más placenteras de la semana. Con el tiempo he aprendido a anticipar ese placer a la vigilia previa y así, no consigo nunca ver cómo acaban las películas del sábado por la noche; me meto tan pronto como puedo en la cama, me abrazo a la almohada y me hago un ovillo bajo el edredón. Tengo comprobado que en verano sueño peor y ya he descubierto que es porque no siento el peso de la colcha encima, así es que, haga el calor que haga, los sábados toca abrigarse y sudar para que el encuentro con Bruce sea tan bueno como el mejor abrazo. Mi marido no sospecha nada, claro; se limita a poner caras largas cuando me ve irme a las diez y media a la cama y a tirar de las mantas cuando se acuesta. Tampoco yo le he dicho nada; qué le iba a decir. Somos felices, dormimos juntos, tenemos un sexo con calificación de notable y dos niños listos guapos sanos y cariñosos. Yo misma tendría envidia de una familia así si la viera a la hora del aperitivo en una terraza. Y si no formara parte de ella.
Bruce es mi capricho, mi secreto, el hombre que me hace sentir especial entre tantas madres iguales a mí cuando voy a recoger a los niños a la puerta del colegio. El es mi aventura; es de esas cosas que nunca llegas a confesar a nadie porque perderían parte de su encanto. O porque te harían sentir bien tonta.
Hoy es viernes y mañana será sábado. Creo que sólo eso me da fuerzas para aguantar con una sonrisa la estancia en este hotel austero antiguo familiar rancio, a sólo diez minutos en coche de las mejores pistas de esquí del país según la clasificación de no sé qué revista sobre el tema. Si no tuviera todo el cuerpo dolorido después de tantas caídas y tantas magulladuras sufridas a lo largo de los años en otras pistas, en otros paisajes, en otros intentos por ser feliz yo también subiría cada mañana a esquiar y no me sentiría tan sola en el hotel vacio. En estos tres días lo he intentado de todas las maneras: me he puesto el mono rojo que dice fru fru frú cada vez que entro en el comedor con mis piernas un poco demasiado gordas que hacen música al andar. Fru fru frú digo yo como quien dice buenos días. Fru fru frú me contestan todos los inquilinos madrugadores que no quieren perderse ni un minuto de esquí.
Y a los niños se les hace la boca más grande. Se les llena de sonrisas y de palabras.

- ¡Qué bien, hoy viene mami con nosotros! ¿Verdad, verdad?
- ¿Vas a esquiar hoy? Yo te acompaño por las pistas azules, mami. No tengas miedo
- No tiene miedo, es que le duelen las rodillas.
- ¿Te duelen las rodillas, mami?

Y no me atrevo a decirles que odio el crujir de la nieve bajo mis pies, que las laderas blancas se parecen a las de mis pesadillas.
Subo a las pistas, por subir. Por no volver a excusarme, por no ser la que agua todas las fiestas aunque el clavo que llevo en el fémur se ha vuelto tan pesado como la barriga de una gata a punto de parir. También me pesa el desayuno, demasiado copioso si no es para hacer ejercicio, y demasiado contundente como para empezar a moverme. Lo mire por donde lo mire, me he equivocado con los huevos y el beicon. Me siento tan torpe, es tanta la carga que las botas se me traban con la impaciencia y antes de ponerme los esquís ya me he caído dos veces.

- ¿Te has hecho daño?
- Yo te ayudo a levantarte, mami.

El clavo se vuelve de plomo y las tripas se me suben a la boca.

- No es nada, ya estoy.

Y ya estoy al borde de la ladera, mirando hacia abajo. A punto de matarme. De morir de miedo. Los recuerdos de otras caídas pegados, como el frío, en la mandíbula inferior. Ni yo reconocería mi voz.

- No bajo.

No puedo bajar.

- No puedo bajar.

Me quito los esquíes y siento que la nieve se ríe bajo las botas.
La mañana se hace aún más larga en la cafetería a pie de pistas, mirando a la gente deslizarse con el recuerdo de las lágrimas en los ojos ya húmedos para el resto del día, y el culo frío, empapado, humillado después de haberse restregado cuesta abajo por la nieve para ponerme a salvo. Sana y salva. Una mierda. Dolorida, ya lo dije; humillada. Una mierda, así es como me siento. Así es este viaje al que no debería haber venido.

- No debería haber venido- digo durante la cena.
- Si no vienes tú no hubiéramos venido ninguno. No digas tonterías. Lo has intentado. La próxima vez lo conseguirás.

Trata de consolarme delante de los niños pero ellos están al flan y a las natillas.

- No va a haber próxima vez.
- Eso como tú quieras, pero yo estoy feliz de que estés aquí. Con nosotros.

Con vosotros. Con agujetas. Con un relajante muscular y un Lesatín en la mesilla para poder dormir. Y el sábado por la noche con Bruce, que no me verá cansada de la nieve y del miedo; me cogerá en sus brazos y volaremos como si nadásemos. Pero no digo nada de eso. Nunca le digo nada de eso ni de muchas otras cosas que quisiera hacer o dejar de hacer; nada que le haga daño. El marido perfecto; la pareja perfecta. No seré yo la que rompa el sueño.




No serás tú la que rompa el sueño, si acaso, con el tiempo, los sueños te romperán a ti en trocitos si no pones remedio. Si no empiezas a vivir en el mundo real.
Pero hoy, sábado por la mañana, es el momento de soñar. Los niños han ido corriendo a buscarte a la habitación bien temprano aunque ya les habías avisado de que no subirías a las pistas. Entran como una avalancha.

- A qué no sabes quién está en el hotel.
- Mami, mami. Hemos visto a Brus Spristín.
- Imbécil, ¿por qué se lo dices? Tenía que ser una sorpresa.

Y vaya si lo es: la sorpresa de tu vida. Por primera vez en estos días piensas que habéis hecho bien en reservar en el mejor hotel de la mejor estación con la mejor nieve. Donde cualquiera quisiera estar; incluso un cantante famoso en busca de un poco de anonimato amparado por la intimidad del pasamontañas y las gafas gigantescas que protegen de la ventisca y de las miradas indiscretas.
Te da tiempo a ahuecarte el pelo y a esponjar las alas por si tienes que echar a volar.
Lo ves primero de espaldas. Parece Bruce. Viste como Bruce. Huele como debería de oler Bruce pero su acento gallego no te cuadra cuando le oyes hablar con unas chicas que le están haciendo fotos.
Podría ser pero no es. Y a veces las imitaciones, por más buenas que sean, no valen. Pueden servir para hacer anuncios, para hacerse fotos junto a ellas pero no para que la vida deje de ser una mierda.

- Hoy tampoco subo. Si sale el sol saldré a dar un paseo por aquí.
- Lo que tú digas. No sé para qué hemos venido si no pensabas esquiar.

"Y qué", le vas a contestar. "¿Acaso no hemos venido porque eras tú el que querías venir, el que quería esquiar, el que quería enseñarles a los niños cómo pasarlo bien en familia, el que quería hacerle kilómetros al coche nuevo?"  Les das un beso y te vas sin decir nada.
Sales a pasear. Cruzas la carretera en busca de un camino que te ayude a ordenar las ideas. No vas a ningún sitio; la nieve ha borrado todos los senderos. Y te gusta pensar que esa es una metáfora de tu vida: pasos que no te llevan a ningún lugar, confundida siempre en las encrucijadas. Caminas dejando tu huella en la nieve virgen, sin cruzarte con nadie y sin nadie que te siga. Y le ves.
Ahora sí es él.

- I was waiting for you- te dice.

Por fin alguien que te espera. Tu sueño estaba soñándote.

- Perdona si he tardado; es que no sabía que estabas aquí.

Está muy guapo; lleva el pelo desordenado y un chaleco de cuero encima de la camisa remangada. Te atreves a enredar los dedos en su pelo; es él. "Come closer", te dice, y aunque no entiendes el inglés, sabes que está diciendo que te quiere sentir aún más cerca.
Te sientas en una piedra que asoma, tímida, entre la nieve que sigue riéndose, como siempre, bajo tus pies. "Aún más cerca; conmigo. Más cerca. Sobre mí, para que no tengas frío".
No se ve el sol. No se ve nada, pero en los sueños no hace falta luz.
Para que el sueño continúe debes quedarte dormida. Te arrebujas y piensas en dormir. "Es sábado, -te dices-; es nuestra noche. La noche más dulce".
Esta vez es todo real. Bruce ha soñado contigo.
Por fin.

lunes, 19 de noviembre de 2012


APRENDER A LEER
APRENDER A ESCRIBIR
clara2tabares@yahoo.es


La gran mayoría de los que decidimos un día sentarnos a escribir somos ya grandes lectores. Debería, al menos, ser así, pues no hay mejor escuela para escribir que haber leído y leer leer leer. Sin embargo, en muchos de los talleres de los que he asistido como alumna e incluso en algún Máster para escritores, me he encontrado con gente que aseguraba que no le gustaba leer. Por prudencia, nunca les he dicho lo que pensaba, que si ellos no se tomaban la molestia o el placer de leer, qué les hacía suponer que alguien querría leeros a ellos. Hay que tener una gran vanidad o una gran  irresponsabilidad para ponerse a escribir cuando jamás se ha sentido el impulso de leer. Y no hablo de que debamos leer a otros para copiar su estilo o buscar fuentes de inspiración, que por qué no, sino de saber reconocer las formas, las tramas, el estilo, la voz de otros, para luego buscar cada uno los suyos.
Este curso, que se imparte en su totalidad  por ordenador, trata de conseguir que cada uno encuentre su propia voz narrativa a partir, primero, de la lectura analítica, de una parte teórica que nos sirva como herramienta para comentar lo leído y saberlo aplicar en lo escrito y, por último, de una parte práctica. Estas tres partes se realizarán de forma simultánea, para que cada alumno tome conciencia de cómo cada lectura o cada aspecto teórico no es más que una puerta, una posibilidad que se le abre para que tome el camino que desee con su escritura.

PROGRAMA DEL CURSO
Antes del comienzo del curso se comenzará con la lectura de "La dama del perrito", de Antón Chejov.
Enero.
Miércoles 9: envío de teoría y propuesta de escritura para enero.
Miércoles 13 comentario a través del chat de "La dama del perrito".
Miércoles 30: envío de trabajos según la propuesta realizada el 9 de enero.
Febrero.
Miércoles 6: envío de teoría y propuesta de trabajo para febrero.
Miércoles 13: envío de los comentarios de la profesora a todos los trabajos de la propuesta de enero y chat para hablar de "El gran Gatsby", de  F. Scott Fitzgerald.
Miércoles 27: envío de los relatos según la propuesta hecha el 6 de febrero.
Marzo.
Miércoles 6: envío de la teoría y propuesta de escritura para marzo.
Miércoles 13: envío de los comentarios de la profesora a todos los trabajos de la propuesta de febrero y chat para hablar de "Tren nocturno", de Martin Amis.
Miércoles 27: envío de los relatos de los alumnos según la propuesta hecha el 6 de marzo.
Abril.
Miércoles 10: envío de los comentarios de la profesora a todos los trabajos de la propuesta de marzo.

DURACIÓN Y PRECIO DEL CURSO
El curso tiene una duración de tres meses, no incluyendo aquí el tiempo de la entrega de los últimos trabajos por parte de la profesora.
El importe del curso es de 100 euros, de los cuales, el 50% debe abonarse antes del 20 de diciembre como reserva de plaza y el 50% restante antes del 5 de enero. 
Si estás interesado escríbeme a: clara2tabares@yahoo.es